cuentos infantiles

UN PASITO ... Y OTRO PASITO
Tomie de Paola
Ignacio se llamaba como su mejor amigo, su abuelo Nacho. Cuando
Ignacio nació, su abuelo le dijo a todo mundo:
-Ignacio no va aprender a decir abuelo hasta que tenga tres años. Así
que le voy a enseñar a llamarme Nacho. Y Nacho fue la primera
palabra que Ignacio aprendió a decir. Fue Nacho quien enseñó a
Ignacio a caminar.
-Agárrate de mis manos, Ignacio –le decía su abuelo-. Un pasito…y
otro pasito. Un pasito… y otro pasito.
A Nacho y a Ignacio les gustaba mucho jugar con los viejos cubos de madera, que se guardaban en un estante en el cuarto de costura. Los cubos tenían letras en dos lados, números en dos lados y en los otros dos lados tenían dibujos con animales y otras cosas.
Ignacio y Nacho iban poniendo los cubos uno encima del otro, muy
poquito a poco, para construir una torre. Altísima. Había treinta
cubos.
A veces cuando todavía no habían puesto ni la mitad de los cubos, la
torre se caía. Otras veces, la torre iba creciendo cada vez más alta,
hasta que ya casi no quedaban cubos que ponerle.
-Solamente falta uno –decía Nacho.

-Y es el cubo del elefante -decía Ignacio y con mucho cuidado, ponían
el cubo del elefante en lo más alto de la torre. Pero entonces, a Nacho
se le salía un estornudo y toda la torre se venía al suelo. Ignacio se
reía y se reía.
-Los elefantes siempre te hacen estornudar, Nacho-decía Ignacio.
-Bueno, la próxima vez si nos va a salir una torre que no se caiga -le
decía su abuelo.
Entonces, Nacho sentaba a Ignacio en sus rodillas y le contaba
cuentos.
-Nacho, cuéntame cómo me enseñaste a caminar-le decía Ignacio. Y
su abuelo le contaba cómo lo agarraba de las manos y le decía: Un
pasito… y otro pasito. Un pasito… y otro pasito. Hasta que un día,
Ignacio se soltó de las manos de su abuelo y caminó solo.
El día que Ignacio cumplió cinco años, él y Nacho pasaron un día muy
especial. Fueron al parque de diversiones. Se montaron en la
montaña rusa, comieron perros calientes y helados. Se tomaron fotos
y cantaron canciones. Y cuando se hizo de noche, fueron a ver los
fuegos artificiales. En el camino de regreso, Nacho iba contándole
cuentos a Ignacio.
-Ahora –pidió Ignacio-. Cuéntame cómo me enseñaste a caminar. Y
Nacho le contó.
Poco después del cumpleaños de Ignacio, su abuelo se puso muy
enfermo.
Ignacio regresó a la escuela y su abuelo no estaba en casa.
-Nacho está en el hospital- le dijo su papá-. Le dio una cosa que se
llama infarto.
-Quiero ir a verlo- dijo Ignacio.
-No se puede mi amor –contestó su mamá-. Ahora Nacho está
demasiado enfermo y no puede ver a nadie. No puede mover sus
brazos ni sus piernas, no se puede hablar. El doctor dice que tal vez ni
siquiera reconoce a las personas. Tenemos que esperar y confiar que
Nacho se mejore-.
Ignacio no sabía que hacer. No quería comer, y por las noches no se
podía dormir. Lo único que quería era que Nacho se curara. Pasaron
meses y meses y meses. Nacho seguía en el hospital. A Ignacio le
hacía mucha falta su abuelo.
Un día, cuando Ignacio regresó de la escuela, su papá le dijo que
Nacho volvería a casa.
-No puede caminar, ni hablar. Cuando nos ve, a tu mamá o a mí, no
sabe quiénes somos. Y el doctor cree que no va a mejorar. Así que no
te asustes cuando veas que Nacho no se acuerda de ti-.
Pero Ignacio sí se asustó. Su abuelo no se acordaba de él. Lo único
que hacía era estar todo el día acostado. A veces, el papá de Ignacio
cargaba a Nacho desde la cama y lo sentaba en un sillón.
Pero Nacho
no hablaba y ni siquiera se movía.
Un día Nacho trató de decirle algo a Ignacio, pero lo que hizo fue un
sonido horrible. Ignacio salió corriendo del cuarto.
-Nacho hizo un ruido como un monstruo-le dijo a su mamá.
-No fue a propósito –le contesto ella.
Ignacio volvió al cuarto donde estaba sentado Nacho. Le pareció que
había una lágrima bajando por la cara del abuelo.
-Yo no quería salir corriendo, Nacho. Pero es que me asusté.
Perdóname. ¿Sabes quién soy? A Ignacio le pareció ver que Nacho
guiñaba un ojo.
-¡Mamá, mamá! –gritó-. ¡Nacho sí me reconoce!
-No, Ignacio –le dijo su mamá- . Tu abuelo no nos reconoce. Trata de
tranquilizarte. Pero Ignacio estaba seguro. Corrió al cuarto de costura.
Sacó lA caja de los cubos del estante y corrió otra vez al cuarto donde
estaba Nacho. En la cara de Nacho apareció una pequeña sonrisa.
Ignacio empezó a construir la torre. Llegó hasta la mitad…Luego, casi
más alto… Solamente faltaba un cubo.
-Bueno, Nacho –dijo Ignacio-, ahora el cubo del elefante. Y Nacho hizo
un ruido extraño, que sonó como un estornudo.
La torre se vino al suelo, y Nacho se sonrió y movió un poquito los
dedos, para arriba y para abajo. Ignacio se rió y se rió. Ahora sabía
que Nacho se iba a curar.
Y así fue. Poco a poco, comenzó a decir algunas palabras. Sonaban
extrañas, pero cuando decía Ignacio se entendía clarito, clarito.
Después, Nacho pudo mover los dedos, y luego, las manos. Ignacio lo
ayudaba a comer, hasta que un día pudo sostener solo la cuchara.
Pero todavía no podía caminar.
Cuando pasaron las lluvias, el papá de Ignacio sacó una silla al patio y
sentó allí a Nacho. Ignacio se sentó a su lado.
-Ignacio –dijo Nacho-. Cuento. Y entonces Ignacio le contó un cuento.
Luego, muy despacito, Nacho se levantó de la silla.

-Tú. Yo. Caminar –dijo Nacho. Ignacio entendió. Se paró delante de
Nacho para que se apoyara en sus hombros.
-Ya está, Nacho. Un pasito… Nacho dio un paso.
-Y otro pasito. Nacho dio otro paso.
Al final del verano, Ignacio y Nacho podían ir caminando hasta el
parque y Nacho hablaba cada día mejor y mejor. Cuando cumplió seis
años, Ignacio sacó la caja de los cubos. Poco a poco, construyó la
torre. Sólo faltaba un cubo.
-Ahora, cubo elefante –dijo Nacho. Ignacio lo puso en lo más alto.
¡Nacho estornudó!
-Los elefantes siempre te hacen estornudar, Nacho –dijo Ignacio-.
Bueno, la próxima vez sí nos va a salir una torre que no se caiga.
Ahora cuéntame un cuento. Y Nacho le contó un cuento.
Luego Nacho dijo:
Ignacio, cuéntame cómo me enseñaste a caminar.
-Bueno, Nacho, tú te apoyaste en mis hombros y yo te dije: Un
pasito…y otro pasito.
Un pasito… y otro pasito